Venezuela, un relato desolador
Aquella
noche mientras la gran mayoría del país celebraba por todo lo alto la
elección de un militar golpista, profesional de la charlatanería como el
nuevo presidente de Venezuela, sus pocos adversarios nos sumimos en una
incertidumbre y preocupación porque sabíamos que nada bueno podría
pasarle al país con semejante error electoral.
Hugo Chávez
era el nuevo mesías que había repartido sueños a bordo de un antiguo escarabajo
volkswagen, en los mítines durante su frenética campaña
electoral en los barrios más pobres de Venezuela. Los dos golpes de
estado que había protagonizado años anteriores fueron borrados de la
memoria de la gente rápidamente por un batiburrillo ideológico que el
coronel recién bautizado presidente llamó “Socialismo Bolivariano del
siglo XXI”, un auténtico caos de ideas políticas delirantes producto de
su mente megalómana.
Emigré
recién estrenado el chavismo en Venezuela, pero alcancé ver el desastre
que se avecinaba. Yo trabajaba en aquel entonces en un organismo
dependiente del Ministerio de la Familia encargado de legislar la
atención de la infancia en el país. Presencié la primera irregularidad:
el nombramiento de un militar en activo como director regional de dicho
organismo; un hombre de bigote espeso que llegaba a su despacho con su
uniforme de gala lleno de abalorios condecorativos. Recuerdo una comida
con los directores de la institución, el militar presidía la mesa.
Sentado a mi lado un administrativo no paraba de hablar de Chávez con un
fervor religioso, mientras a mí me temblaban los tenedores de espanto.
No vomité de milagro, yo también era víctima de los estragos de la
polarización política. Cuando se tiene esa fe ciega en un político
cualquier abuso de poder es perdonable, como sucedería en adelante.
La
improvisación, la corrupción y la mediocridad se apoderaron velozmente
del país. Las políticas sociales sólo fueron un parche que no
solucionaban los verdaderos problemas. La alta renta petrolera permitió
despilfarrar el dinero en medidas demagógicas muchas de ellas creadas en vivo y en directo en
el maratónico programa televisivo “Aló presidente”, digno más de un showman
que de un mandatario nacional. La agenda presidencial incluía cantar,
bailar, contar chistes y jugar al béisbol ante las cámaras.
Con
su manguera petrolera compró lealtades vecinas que ahora con el éxodo
masivo de venezolanos que huye de la miseria de la tan alabada
revolución bolivariana, se llevan las manos a la cabeza con la
problemática que la inmigración sin control representa para sus débiles economías.
Ni las revueltas sociales que arrojaron más de cien muertos, ni paros petroleros, ni huelgas generales, ni referendos revocatorios, ni siquiera la muerte de su creador pudieron acabar con el flagelo del socialismo bolivariano, un sistema sumamente eficaz para saquear el país a manos de la clase dirigente y todo aquel que se enchufó a la revolución con la ambición de enriquecerse sin ningún principio moral.
Ni las revueltas sociales que arrojaron más de cien muertos, ni paros petroleros, ni huelgas generales, ni referendos revocatorios, ni siquiera la muerte de su creador pudieron acabar con el flagelo del socialismo bolivariano, un sistema sumamente eficaz para saquear el país a manos de la clase dirigente y todo aquel que se enchufó a la revolución con la ambición de enriquecerse sin ningún principio moral.
En
mi retina quedó grabado el día en que un Chávez moribundo alentaba a
sus seguidores a votar por su sucesor Nicolás Maduro, un hombre que no
tenía más mérito que lamerle las botas al coronel. Si para mí el finado
era un narcisista al cual la devoción del pueblo le alimentaba las ideas
delirantes de un constructo de país que sólo existía en su mente,
Nicolás está desprovisto de la capacidad para gobernar, una caricatura
ridícula de aquel. Un ignorante de puño duro ungido por la gracia del
militar golpista antes de morir, rodeado de antisociales de corbata
jugando a gobernar. Una mafia en el poder con licencia para cometer barbaridades en nombre del pueblo.
Con
dolor escucho el nombre de mi país como el ejemplo de todo lo malo que
le puede ocurrir a un pueblo que se deja seducir por la demagogia.
El
chavismo lanzó al ochenta y siete por ciento de los venezolanos a la
pobreza. La igualdad social tan cacareada por el gobierno se mide en ese
parámetro: la miseria que afecta a mi gente. La economía bolivariana desbarató el aparato productivo nacional.
Por
otro lado está la boliburguesía, una minoría de “robolucionarios”
amasando fortunas y viviendo a todo lujo en los imperios capitalistas
que tanto criticaban. La doble moral al desnudo.
La carencia de medicinas, la escasez de comida, los cortes de luz, la falta
de agua, la inflación galopante, la delincuencia impune, los míseros
sueldos asfixian la vida de los venezolanos empujándolos a abandonar el
país a pie, bordeando las montañas andinas en humildes ropas tropicales
con sólo la esperanza de una vida mejor a cuestas. Venezuela fue un
país receptor de emigrantes y ahora expulsa a sus habitantes a diario.
Es duro ser emigrante y más si fuiste desterrado de tu propia casa. En
los periódicos de los países receptores saltan las noticias de la
creciente xenofobia hacia los venezolanos que leo con dolor, pero también abundan las noticias
reconfortantes de la solidaridad que la mayoría encuentra en las naciones
hermanas. No olvidemos esto, los buenos siempre son más.
Anhelo
la caída del régimen pacífica, alejada de toda intervención militar. El
relato de la guerra económica, la compra de armas, los magnicidios, las
conspiraciones, los golpes de estado, el enemigo exterior han
protagonizado la narrativa presidencial en estos años de chavismo, la violencia se trata con la ligereza de un chisme de vecindario.
A
menudo tengo pesadillas en las cuales Maduro me asfixia con sus propias
manos. En mi memoria y en mis historias está el país que ya no existe,
que nos robaron. Ahora tenemos uno saqueado habitado por un pueblo
desesperado, humillado, sometido. Cada política puesta en marcha
va en contra la dignidad de la gente, como si fuera el producto de la
venganza de mentes retorcidas.
Hasta en la diáspora recibimos sus embestidas.
Hasta en la diáspora recibimos sus embestidas.
La
nefasta situación me ha robado la alegría de volver cada año para
abrazar a los míos. Mi regreso a Venezuela era la inyección de energía que me
permitía afrontar las ausencias de mucha gente que amo. De arroparme con
la calidez de mi tierra, de llenarme el alma de trópico.
Deseo
con premura el final de esta pesadilla. El momento de reconstruir entre
todos los pedazos de país que dejará la dictadura chavista. Será díficil, pero no imposible encaminar una
sociedad que se retorció en la búsqueda de su salvación entregando el
poder a la demagogia. Confío en que hayamos aprendido la lección, los mesías con varitas mágicas no existen.
No nos volverán a vender humo nunca más.
Venezuela, te sueño libre.
Foto: ABC
Foto: ABC
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