Venezuela, un relato desolador

by - septiembre 30, 2018



Aquella noche mientras la gran mayoría del país celebraba por todo lo alto la elección de un militar golpista, profesional de la charlatanería como el nuevo presidente de Venezuela, sus pocos adversarios nos sumimos en una incertidumbre y preocupación porque sabíamos que nada bueno podría pasarle al país con semejante error electoral.

Hugo Chávez era el nuevo mesías que había repartido sueños a bordo de un antiguo escarabajo volkswagen, en los mítines durante su frenética campaña electoral en los barrios más pobres de Venezuela. Los dos golpes de estado que había protagonizado años anteriores fueron borrados de la memoria de la gente rápidamente por un batiburrillo ideológico que el coronel recién bautizado presidente llamó “Socialismo Bolivariano del siglo XXI”, un auténtico caos de ideas políticas delirantes producto de su mente megalómana. 

Emigré recién estrenado el chavismo en Venezuela, pero alcancé ver el desastre que se avecinaba. Yo trabajaba en aquel entonces en un organismo dependiente del Ministerio de la Familia encargado de legislar la atención de la infancia en el país. Presencié la primera irregularidad: el nombramiento de un militar en activo como director regional de dicho organismo; un hombre de bigote espeso que llegaba a su despacho con su uniforme de gala lleno de abalorios condecorativos. Recuerdo una comida con los directores de la institución, el militar presidía la mesa. Sentado a mi lado un administrativo no paraba de hablar de Chávez con un fervor religioso, mientras a mí me temblaban los tenedores de espanto. No vomité de milagro, yo también era víctima de los estragos de la polarización política. Cuando se tiene esa fe ciega en un político cualquier abuso de poder es perdonable, como sucedería en adelante. 

La improvisación, la corrupción y la mediocridad se apoderaron velozmente del país. Las políticas sociales sólo fueron un parche que no solucionaban los verdaderos problemas. La alta renta petrolera permitió despilfarrar el dinero en medidas demagógicas muchas de ellas creadas en vivo y en directo en el maratónico programa televisivo “Aló presidente”, digno más de un showman que de un mandatario nacional. La agenda presidencial incluía cantar, bailar, contar chistes y jugar al béisbol ante las cámaras. 

Con su manguera petrolera compró lealtades vecinas que ahora con el éxodo masivo de venezolanos que huye de la miseria de la tan alabada revolución bolivariana, se llevan las manos a la cabeza con la problemática que la inmigración sin control representa para sus débiles economías.

Ni las revueltas sociales que arrojaron más de cien muertos, ni paros petroleros, ni huelgas generales, ni referendos revocatorios, ni siquiera la muerte de su creador pudieron acabar con el flagelo del socialismo bolivariano, un sistema sumamente eficaz para saquear el país a manos de la clase dirigente y todo aquel que se enchufó a la revolución con la ambición de enriquecerse sin ningún principio moral. 

En mi retina quedó grabado el día en que un Chávez moribundo alentaba a sus seguidores a votar por su sucesor Nicolás Maduro, un hombre que no tenía más mérito que lamerle las botas al coronel. Si para mí el finado era un narcisista al cual la devoción del pueblo le alimentaba las ideas delirantes de un constructo de país que sólo existía en su mente, Nicolás está desprovisto de la capacidad para gobernar, una caricatura ridícula de aquel. Un ignorante de puño duro ungido por la gracia del militar golpista antes de morir, rodeado de antisociales de corbata jugando a gobernar. Una mafia en el poder con licencia para cometer barbaridades en nombre del pueblo.

Con dolor escucho el nombre de mi país como el ejemplo de todo lo malo que le puede ocurrir a un pueblo que se deja seducir por la demagogia.

El chavismo lanzó al ochenta y siete por ciento de los venezolanos a la pobreza. La igualdad social tan cacareada por el gobierno se mide en ese parámetro: la miseria que afecta a mi gente. La economía bolivariana desbarató el aparato productivo nacional.

Por otro lado está la boliburguesía, una minoría de “robolucionarios” amasando fortunas y viviendo a todo lujo en los imperios capitalistas que tanto criticaban. La doble moral al desnudo. 

La carencia de medicinas, la escasez de comida, los cortes de luz, la falta de agua, la inflación galopante, la delincuencia impune, los míseros sueldos asfixian la vida de los venezolanos empujándolos a abandonar el país a pie, bordeando las montañas andinas en humildes ropas tropicales con sólo la esperanza de una vida mejor a cuestas. Venezuela fue un país receptor de emigrantes y ahora expulsa a sus habitantes a diario. Es duro ser emigrante y más si fuiste desterrado de tu propia casa. En los periódicos de los países receptores saltan las noticias de la creciente xenofobia hacia los venezolanos que leo con dolor, pero también abundan las noticias reconfortantes de la solidaridad que la mayoría encuentra en las naciones hermanas. No olvidemos esto, los buenos siempre son más. 

Anhelo la caída del régimen pacífica, alejada de toda intervención militar. El relato de la guerra económica, la compra de armas, los magnicidios, las conspiraciones, los golpes de estado, el enemigo exterior han protagonizado la narrativa presidencial en estos años de chavismo, la violencia se trata con la ligereza de un chisme de vecindario.

A menudo tengo pesadillas en las cuales Maduro me asfixia con sus propias manos. En mi memoria y en mis historias está el país que ya no existe, que nos robaron. Ahora tenemos uno saqueado habitado por un pueblo desesperado, humillado, sometido. Cada política puesta en marcha va en contra la dignidad de la gente, como si fuera el producto de la venganza de mentes retorcidas.
 Hasta en la diáspora recibimos sus embestidas. 

La nefasta situación me ha robado la alegría de volver cada año para abrazar a los míos. Mi regreso a Venezuela era la inyección de energía que me permitía afrontar las ausencias de mucha gente que amo. De arroparme con la calidez de mi tierra, de llenarme el alma de trópico. 

Deseo con premura el final de esta pesadilla. El momento de reconstruir entre todos los pedazos de país que dejará la dictadura chavista. Será díficil, pero no imposible encaminar una sociedad que se retorció en la búsqueda de su salvación entregando el poder a la demagogia. Confío en que hayamos aprendido la lección, los mesías con varitas mágicas no existen. 

No nos volverán a vender humo nunca más.

Venezuela, te sueño libre.

Foto: ABC

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