+ relatos
"La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla."
Gabriel García Márquez.
"Escribir se nos da mejor cuando no lo trabajamos tanto, cuando simplemente nos damos permiso para pasearnos por la página. Para mí, escribir debe ser como un buen pijama: cómodo"
Julia Cameron.
La ciudad y su lago con olor prestado del mar
Al salir del trabajo Leo me lleva a casa. Eso me pone muy nerviosa, pero acepto. Me sujeto a su cintura, me toma de la mano indicándome donde debo colocarla con más fuerza. Le abrazo por detrás discretamente, mis manos sudan. Me muestra también donde tengo que apoyar mis pies, no es como la tierra firme, temo perder en el trayecto una sandalia. Es mi primera vez. (sigue leyendo aquí)
Adonis, el bello
Adonis
se despertó bien temprano en la mañana, se miró en el espejo y se vio
lo bien que le quedaba el pelo desordenado, se afeitó la barba que ya
había empezado a cubrir la belleza de sus maxilares y se apretó una
pequeña espinilla, una cosa sin mucha importancia que había nacido en su
suave mejilla.
Se
vistió con una camiseta blanca, unos jeans y se calzó unas zapatillas
negras de marca.
Salió en su coche y la luz tibia de la mañana le iluminaba el rostro
resaltando el color de sus ojos. No había mujer que en cada semáforo en
rojo no suspirase por Adonis. En la radio sonaba Californication de los
Red Hot Chili Pepers, esbozó una media sonrisa recordando su breve pero
intensa visita a la costa oeste de los Estados Unidos, donde su
hermosura bronceada había causado revuelo en las playas californianas.
Adonis
era el galán de turno, el protagonista de la telenovela de las nueve.
Encarnaba a un trompetista humilde que enamoraba a una chica de la alta
sociedad.
Cuando llegaba al set filmación en el estudio de televisión, las
maquilladoras se peleaban por embellecerlo, probaban las últimas
novedades en técnicas de maquillaje para resaltar la perfección de sus
cejas, la sensualidad de sus labios carnosos, su perfil griego.
Mantenía
una secreta relación amorosa con Afrodita una ex-actriz que le doblaba
la edad, pero que aún conservaba rastros de belleza gracias al botox.
Era conocida como la "diosa del amor" por su encendido erotismo en la
cama. De cara al público se encontraba Perséfone, su novia desde el
instituto, una muchacha dulce y alegre, vegetariana, practicante de
yoga y devoradora de libros de autoayuda que lo amaba
incondicionalmente.
Así
transcurría la vida de Adonis entre el set de filmación, las sesiones
fotográficas, sus historias de amor paralelas, las estéticas, el
gimnasio y las fiestas . Era tan bello que no le hacía falta cultivar su
intelecto, lo demostró el día que declaró de todo corazón que adoraba la música de Shakespeare en un programa de entrevistas y lo arregló con una
espléndida sonrisa a la cual no pudo resistirse la presentadora, perdonándole tan grave error.
Lo
que nunca se imaginó Adonis es que el tiempo causaba estragos en la
belleza, lo descubrió la mañana que al despertarse observó varios pelos
en la almohada. Se llevó la mano a la cabeza y pudo ver como se
desprendían con facilidad, la calvicie había llegado con la madurez sin
avisarle. En ese momento empezó su calvario y su lucha contra el paso de
la edad.
Era una víctima de las pociones mágicas que ofrecían los laboratorios de
cosmética para alcanzar la eterna juventud, algas marinas para las
arrugas, vitamina E para el contorno de los ojos, ácido retinoico para
la flacidez del cuello, hasta que tomó la firme decisión de pasar por el
quirófano para hacerse unos cuantos arreglitos.
De
allí salió rejuvenecido pero sin expresión, su frente estaba tan lisa
como un encerado de colegio, lo cual le ocasionó el rechazo de los
directores de casting al ver que el galán había perdido la expresividad
del rostro, algo fundamental en la profesión de actor.
Ya
no era más el hombre admirado por su belleza, era una sombra artificialmente reconstruida de lo que en un tiempo fue, la negación
personificada de la naturaleza humana. Decidió entonces empezar a
cultivar su espíritu y siguiendo el ejemplo de muchas estrellas
televisivas se dispuso a escribir su biografía, pero se dio cuenta que
toda su vida estaba publicada en la revistas del corazón y que no tenía
nada interesante que contar, salvo el día que Perséfone perdió su paz
hippie y le amenazó de cortarle el cuello con unas tijeras de jardinería
mientras arreglaba su jardín Zen, a consecuencia de unas fotos
publicadas en una revista, donde se le veía cenando junto a Afrodita con
poses cariñosas en un restaurante lujoso en las afueras de la ciudad.
Comenzaba
a sentirse deprimido y pensó que era una buena idea retirarse a su casa
de campo, el viento puro del lugar le ayudaría a poner las ideas en
orden. Cogió el coche y salió de la ciudad, el día estaba lluvioso y a
pesar de ello bajó un poco la ventanilla, sintió unas gotas de lluvia
en el brazo que le hizo sentir que estaba vivo, pero al despertar de esa
corta sensación, vio un jabalí que se había atravesado imprudentemente
en la carretera, tiró un volantazo esquivando al animal que hizo dar
tres vueltas al coche saliéndose de la vía.
Adonis
murió de camino a buscar su belleza interior, quizás demasiado tarde.
La prensa le dedicó unas cuartillas a su muerte siempre resaltando la belleza que lo acompañó. Afrodita lo lloró a escondidas. Perséfone
se quedó en un estado de tristeza permanente. La gente lo recordaría
bello eternamente.
Comenzaba el invierno.
Regalo de cumpleaños para Maracaibo
Cuando era pequeña después de salir del colegio del turno de la tarde, en algunas ocasiones acompañábamos a mi mamá a un vivero en el barrio El Manzanillo a comprar matas. El vivero quedaba en la ribera del Lago de Maracaibo y era un oasis verde de plantas ornamentales y palmeras mecidas por la brisa marina.
Mientras ella compraba sus plantas, mi hermano mayor (aún no había nacido el menor) y yo nos acercábamos a la orilla del lago y con el uniforme escolar puesto nos dejábamos mojar los zapatos con las olas que llegaban. Mirábamos su inmensidad que por aquel entonces aún reflejaban el azul clarito del cielo. No podíamos entender con lógica adulta la prohibición de bañarnos en aquellas aguas cálidas y apetecibles, hasta que veíamos como las olas traían peces muertos a la orilla.
En el verano cuando voy a ciudades que tienen mar, me resucita el espíritu caribeño dormido tras el largo invierno porque vengo de una que tiene una entrada de Mar Caribe. Cada vez que vuelvo a Maracaibo sé que estoy llegando porque el lago me avisa desde el avión. Maracaibo está entrañablemente ligada a él, pero estamos en deuda con sus aguas.
Hoy que Maracaibo está de aniversario cumpliendo 485 años de fundada, yo le regalaría la limpieza de su lago, una política ambiental sincera y comprometida que realmente le devolviera sus aguas cristalinas, un lago que volviera a reflejar contento el naranja de los atardeceres. Uno que nos hiciera sentir orgullosos de un lago dulce que le da la mano a la ciudad, y no de uno verde contaminado y moribundo ante la indiferencia de todos.
Me gustaría ver a un montón de maracuchos refrescándose y gozando en sus playas en los domingos en los cuales el sol y el aburrimiento aprietan. Ese día celebraría el mejor cumpleaños de la ciudad.
A Maracaibo por su cumpleaños. Santiago 2014
Nuestro amigo Tortica
Nuestro Tortica fue un amigo especial. Le llamábamos Tortica por una historia graciosa pero muy larga de contar, eso sí, Tortica cariñosamente y a él le gustaba.
Tortica era un gordito guapísimo, tenía un pelo que se prestaba para cualquier peinado: corto pincho, chanel, largo con coleta, tipo totuma etc. Su rostro se parecía a aquel galán de telenovelas venezolanas del cual no recuerdo su nombre, pero que una vez caracterizó a un personaje llamado “Macuto”. Y una vez vimos le vimos el culo a Macuto. Fue un día caluroso en el Paseo del Lago. La pandilla entera de amigos inventó un domingo de esos que uno se aburre en grupo ir al Paseo del Lago a jugar voleibol. Los muchachos como buenos adolescentes tardíos, cuando Tortica iba caminando desprevenido, le bajaron los shores con todo y ropa interior dejando sus nalgas al aire que animaron a un grupo apagado por el calor. Y es que no he conocido a nadie con mejor talante para las bromas que nuestro amigo Tortica.
Sentía pasión por los motores. A él le gustaba pasearnos en diferentes carros: el súper automóvil último modelo de su tío adinerado en el cual nos dio una vuelta hasta el Puente Rafael Urdaneta a gran velocidad para susto de todos, mientras nos explicaba la aerodinámica del carro y las pruebas que hacían antes de sacarlo al mercado, razón por la cual no sentíamos la rapidez (pero si el peligro), el Ford Cougar de su padrastro bendecido con estampitas de José Gregorio y por último en su flamante camioneta: una Ford ranchera que apodamos la “muñeca” en la cual cabíamos todos, absolutamente todos en los viajes a la playa.
Tortica era único, su visión de la vida era simple pero acertada. Fue un excelente amigo, muchas veces me prestó su hombro para llorar amores juveniles no correspondidos, le encantaba darme buenos consejos mientras se fumaba un cigarrito en el porche de mi casa, en las noches frescas de Maracaibo cuando el sonido de las matas de mango movidas por el viento acompañan las conversaciones. Estaba conmigo en las buenas y en las malas.
Con la responsabilidad que implica crecer, el grupo de amigos se fue desperdigando, a tres de sus componentes el destino nos mandó directo a España. El último cumpleaños que celebramos fue en su habitación. Enrique y yo le llevamos una torta a la cama porque estaba enfermo de un dolor de barriga, según los médicos a causa del estreñimiento. El día antes de venirme a España se despidió cariñosamente de mí para siempre. Cuatro meses después Tortica murió de un cáncer fulminante.
No lo recuerdo con tristeza, más bien con alegría, con sus pantalones cortos blancos, en chanclas, con el cigarrito en la mano subiendo la calle de mi casa para decirme un adiós cuando doblaba la esquina. Se fue debiéndonos aquel porfiado experimento: según él se podía apagar un cigarrillo en una palangana full de gasolina. Por eso no apagaba los cigarros en las gasolineras a pesar de la súplica de todos los que quedábamos dentro de la muñeca escuchando a Soda Stereo.
A Edwin por siempre.
A Edwin por siempre.
Santiago, 2008
Pequeño homenaje a un vecino
Silfredo
era el vecino de mis padres desde siempre en Maracaibo. Era un hombre
feliz que enseñaba su diente de oro con su frecuente sonrisa. Adeco de
corazón y convicción. Le gustaban las Aguilas del Zulia y conversar,
pero su pasión fueron los gallos. Tenía un montón de ellos en el patio
de su casa que nos despertaban cada mañana con sus cantares.
Las gallinas con los peligros cacareaban a todo pulmón. Nadie sabía el por qué de tanta colección de aves; hasta que un día mi hermano para entonces estudiante de periodismo le hizo una entrevista para un periódico local. Silfredo contó con orgullo la ardua y delicada tarea que era preparar un gallo de pelea. Esa era su profesión, conocía el mundillo de las peleas como la palma de su mano.
Las gallinas con los peligros cacareaban a todo pulmón. Nadie sabía el por qué de tanta colección de aves; hasta que un día mi hermano para entonces estudiante de periodismo le hizo una entrevista para un periódico local. Silfredo contó con orgullo la ardua y delicada tarea que era preparar un gallo de pelea. Esa era su profesión, conocía el mundillo de las peleas como la palma de su mano.
También
le gustaba bailar y lo hacía con maestría. La última vez que lo escuché
hablar fue cuando le hizo una visita a mi padre que estaba enfermo.
Hablaban del corazón y como cuidarlo, arrastraba dos anginas de pecho.
Contaba que había ido a una fiesta en donde estaba una muchacha que
bailaba mucho y bien; y a él se le movían los pies solos. Tenía unas
enormes ganas de mover el esqueleto, pero se acordó de Hernán otro
vecino que murió infartado bailando un alegre vallenato años atrás,
entonces le temblaron las carnes al pensar en la muerte. En la
conversación mi padre relató que había bailado la “hora loca” en el
matrimonio de un sobrino y mi madre asustada recordando también a Hernán
lo obligó a sentarse con miedo a que cayera fulminado con tanta alegría
y desparpajo en el cuerpo.
Disfrutaba
atendiendo su pequeño abasto: coca-cola y maltas frías eran la
especialidad para los mediodías calientes, más porque se tomaban bien
conversadas en pie allí en su tienda. De esta manera los vecinos se
informaban de la actualidad de la política y de la urbanización en
animadas tertulias.
A
mi padre le gustaba comprar el pan y de paso también echar su
conversadita. Mi hermano Luis cariñosamente le llamaba Silfre y le fiaba
los cigarros que después mi madre con enfado debía pagar.
Yo a mis veinticinco años para él siempre fui la muchachita de “al lado” que una vez lo salvó de morir quemado. Lo desperté de una siesta profunda con un botellazo en la ventana que rompió los cristales mientras su cocina se incendiaba entre la gritería y el desespero de todos los vecinos.
Hace
tres días Silfredo murió a sus 83 años. Siempre le recordaré con mucho
cariño sentado en el frente de su casa cogiendo el fresquito de la tarde
mientras vigilaba el juego de sus nietos.
Santiago, 2006
Atrapada por la tecnología
A mi madre no le gustan los
cajeros automáticos, les teme, ella prefiere hacer las copiosas colas
del banco antes de tener que enfrentarse a esas máquinas
incomprensibles.
Mi
padre se siente inseguro hablando antes las contestadoras telefónicas.
Una vez llamó a mi hermano para felicitarlo por su cumpleaños y no sabía
que decir ante esa desconocida, por fin cuando se armó de valentía dejó
su mensaje y lo estructuró como las cartas que hacía muy bien en sus
tiempos de secretario, la firmó. Sí, al final del mensaje dijo “tu
padre” (hizo una pausa como quien deja el espacio correspondiente) y
terminó con un “Vinicio”.
Cuenta un amigo de Extremadura que su papá tenía un problema con la cuenta bancaria y le contó su problema a la contestadora automática del banco a quien
muy amablemente trataba de “mire usted señorita”. Y mi suegro no
termina de entenderse con el teléfono móvil que le ha regalado su hijo.
A
los jóvenes los adelantos tecnológicos nos hacen la vida más fácil,
pero a la gran mayoría de los abuelitos se le complican las cosas.
Esta
mañana de paseo, estaba una señora de espaldas a un cajero
automático y me llama con un “por favor” angustioso. Tenía la tarjeta en la mano.
Me imaginé que era una de esas abuelas confiadas y en efecto lo era,
pero estaba en una situación difícil. Me entregó la tarjeta; le pregunte: “¡Ah! ¿quiere entrar?” y me dijo: “no, lo que
quiero es salir”. La puerta le había pisado el abrigo, estaba atrapada,
no sabía como abrir porque otra señora que salía la había dejado
pasar. Desde hoy seguro que hace la cola como mi madre, sólo que aquí
son cortitas.
Santiago, 2004
El mejor Toddy del mundo es el de mi papá
Sí, es cierto, mi papá hace un toddy que aún puedo saborear en mi memoria. No habíamos terminado la frase “quiero un Todd…” cuando mi padre ya estaba poniendo en marcha la licuadora. Vainilla, a veces galletas, y mucho hielo eran parte de los ingredientes que hacían a esa bebida achocolatada venezolana tan maravillosa que hasta mi madre rompía su estricta dieta con un vaso de toddy.
Mi papá siempre estaba dispuesto a cualquier hora y en cualquier situación a preparar su alabado Toddy.
La habilidad de hacer del toddy una bebida de los dioses, parece que es genética, de lo poco que recuerda de su papá es que también tenía ese don que compartía en su negocio de batidos en Santa Bárbara del Zulia.
Los intentos de igualar el toddy de mi papá eran fallidos, eran como los intentos de grandes empresas en imitar la Coca-cola. Le faltaban los mililitros de espumita cremosa que nos pintaba el bigote, la textura del hielo picado, el sabor del ingrediente secreto, ese que sólo los padres como él tienen: su amor, su dedicación y sus mimos.
Otro día hablaré de la salsa para mojar el pan en las meriendas, que sin saberlo era el mejor “Pa amb tomáquet” que he comido en mi vida.
Mi papá es el mejor
Santiago,2009
Fiestas y fiestas y más fiestas
Una de las cosas que más me gustan de España son sus fiestas. La más
conocida son las Fiestas de San Fermín en donde la gente se divierte
siendo perseguida por enfurecidos toros. Esa es una de las miles que hay
en cada provincia de este país. En otra provincia (que no recuerdo el
nombre) hay un San Fermín parecido; es decir una encerrona de toros a
orillas de un malecón y para salvarse hay que lanzarse al agua fría.
Divertido ¿no?
Yo estoy esperando con ansias en Entroido (carnaval en gallego) de Laza, una de las más pintorescas y raras celebraciones de estas fechas. Salen a la calle unos hombres disfrazados (Peliqueiros) que persiguen al público lanzándoles tierra con harina y hormigas disgustadas. También sale "A Morena" un hombre con una cabeza de vaca que intenta subirles la falda a las mujeres y para terminar se lanzan cabezas de puercos cocidos al público.
Igualmente están las fiestas gastronómicas que merecen mención especial aquí en Galicia donde se come mucho y delicioso, como la "Fiesta del cocido". Antes de esta hay una tradicional que se llama "Fiesta de la matanza" en donde los asistentes ven en vivo y directo la matanza de un puerco por un profesional del medio rural. Se siguen todos los pasos: el chamuscado, el lavado a presión y el despiece incluido la extracción de vísceras que tradicionalmente realizan las mujeres. La fiesta finaliza con la cena: panceta, hígado, orejas y costillas acompañadas con un buen vino.
Para estas fechas también se celebra la Fiesta de la Filloa. La filloa es como un crepé que se come en carnaval rellena de crema, nata, chocolate; pero que también se rellenan con sangre, morcilla o chorizo. Yo el año pasado las comí de chorizo, una especie de "perritos calientes de la tierra". Y así cada fin de semana una diferente.
Las hay también hermosas como la de el Corpos Christi donde las calles de la Villa de Ponteareas se tapizan con espectaculares alfombras florales o la Fiesta de la Historia donde el pueblo de Ribadavia por unos días se convierte con gran exactitud a la edad media: mercadillos, artesanías, vestimentas y hay que comprar con maravedíes. Para estas fiestas se alquilan trajes medievales y las "rumbas" son realamente de bárbaros.
Santiago, en una tarde lluviosa recién llegada a Galicia.