Gracias, Rubén

by - agosto 26, 2018


Foto: internet.

Cuando era niña quería aprender a bailar salsa. Había heredado el escaso sentido rítmico de mi familia materna y lamentablemente no los genes bailarines de mi papá. A una temprana edad me propuse la tarea de vencer esa herencia que me condenaba en los cumpleaños infantiles a sentarme cuando los adultos animaban a los niños a bailar. No tenía yo la soltura de bailar de cualquier manera, cosa muy natural en la infancia, debido en parte a la timidez que acompañó mi niñez.

Angélica, mi mejor amiga de la infancia fue mi profesora de salsa. Ella, la menor de una familia de mujeres bailonas, con nueve años era lo que llamamos en mi tierra “un trompo” para referirnos a las personas que bailan bien.

Se dio a la tarea de enseñarme a bailar salsa en el salón de su casa después de los deberes escolares. Entre los muebles rojos que decoraban la sala, el aledaño tic-tic-tic de la máquina de coser de su mamá, los vinilos y el tocadiscos de aguja di mis primeros pasos. Era el tiempo del boom de la música caribeña con las estrellas de la Fania Records. Con la práctica y la disciplina diaria algún gen paterno tendría la obligación de despertar y así sucedió. Aprendí a bailar con las canciones del puertorro Héctor Lavoe, conocido como “La voz”. Nuestra preferida era “Ah ah ah no” por su ritmo suave para una pequeña aprendiz. Cuando la escucho me transporto a esas tardes de sudor, música, meriendas y una amistad cultivada para toda una vida.

Era el año de 1978 cuando en las emisoras de radio venezolanas empezaría a sonar un cantante de salsa que decía cosas importantes en sus canciones. Por primera vez los oyentes del género entregarían no sólo sus pies, sino también su atención a esas letras que cantaban cuentos. Era Rubén Blades, un escritor cantante de historias como le han definido algunos. Aterrizaba desde Nueva York en el Caribe con su álbum “Siembra” junto a Willie Colón, el disco más vendido de la Fania que contenía la crónica citadina “Pedro Navaja”, en poco tiempo se convertiría casi en un himno nacional. Rubén saltaba a los escenarios reivindicando en su letras a Latinoamérica en el tiempo que  la comunidad latina crecía en los Estados Unidos huyendo de las dictaduras militares que arrasaban la región.  Él mismo había escapado de la dictadura de su Panamá natal. En ese mismo álbum estaba "Plástico", un tema que desnudaba la superficialidad y nos descubría al polifacético Rubén, cantante, abogado, escritor, actor y político comprometido con América Latina que más adelante aspiraría a la presidencia de su país.

Desde entonces siempre he seguido la trayectoria del poeta de la salsa, como le llamamos en Venezuela. Yo que luego en la adolescencia me haría rockera para siempre, sigo siendo seducida por su música, mi corazón rockero siempre tiene un rinconcito para él.


Así que cuando me enteré de su último concierto en Santiago no pude ponerme más contenta. Tendría la oportunidad de ver a un ídolo que me remite a mis raíces, crecí escuchando sus canciones. El escritor Carlos Fuentes definía a Rubén Blades como un escritor para personas no lectoras, que tiene la habilidad de escribir historias de cuatro minutos de duración que la gente aprendía de memoria, cosa imposible para Fuentes de hacer con sus novelas. Escuchen esta versión acústica de Adan García y confirmen las palabras del escritor.

Rubén salió en Santiago rejuvenecido quizás por su nuevo amor, la también cantante Luba Manson.

Nos regaló de primero “Caminando”, para después deleitarnos con sus "Decisiones", la preferida de mi marido que increíblemente le hace mover los pies. Con Blades le demostré que en Latinoamérica no todo es reguetón, que tenemos nuestro Bob Dylan caribeño.

Público de diferentes edades y nacionalidades colmaron la Plaza de la Quintana en la cual no cabía una alegre y entusiasmada alma más. Para muestra, a mi lado un joven colombiano cantaba a todo pulmón al lado de su madre.

Rubén nos regaló tres horas magníficas con sus temas más celebrados. Con la simpatía que lo define le cantó un bolero a una chica dominicana que estaba en primera fila. Le sopló besos y cogió los que ella le correspondió y se los guardó en el corazón. Regañó con un "miamor" y autoridad de abuelo a una fan enloquecida que gritaba peticiones interrumpiendo sus anécdotas.

Rubén habló del paso del tiempo, nos dejó con la enseñanza de no entristecer al envejecer. Nos dijo que cada año cumplido a sus setenta es un año ganado a la muerte, por eso lo celebra en grande y se soltó a cantar la maravillosa "Maestra Vida". Con su "Amor y control", los padres presentes nos ahogamos en sentimiento entre notas de timbales y trompetas. Si volví a casa con cuerdas vocales fue por un milagro.

Cuando llegó el turno de "Pedro Navaja", La Quintana estalló en júbilo y los fans coreamos la canción con tanto entusiasmo que hasta el mismísimo Apóstol se debe haber contagiado en su sepulcro. En los bises cantó varias canciones más como ese himno en contra del racismo que es "Muévete", y demostró cantando "Plantación Adentro" porque es el embajador de América Latina y porque en el continente lo queremos como a un papá.

Latinoamericanos, españoles, peregrinos árabes, ingleses, alemanes… bailamos su poesía al son caribeño del gran maestro que es Rubén Blades acompañado de la excelente orquesta de Roberto Delgado tan sabrosa que es capaz de resucitar muertos. Se despidió para no seguir molestando a los vecinos, dejándonos la alegría del Caribe en el cuerpo.

Blades una leyenda viva, cincuenta años en el escenario y una voz intacta lo confirman.

¡Gracias, Rubén!

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