Vampiros en Maracaibo. Mi primer confinamiento

by - abril 06, 2021



Confinamiento es un delicado sinónimo de encierro, un término que al menos a mí me  produce un menor impacto emocional.  Nunca nos quedamos confinados en un ascensor, no nos confinan en la cárcel o confinamos a los hijos en la habitación cuando se portan mal. A esas situaciones las llamamos encierro sin mucha floritura.

Pensando en esta palabra tan usada en la actualidad y en las veces que he estado "confinada" y que no son pocas (por una enfermedad de jovencita, tres toque de queda: uno por un estallido social y dos por golpes de estado), recordé que viví mi primer confinamiento a los siete años a causa no de un virus mortal, sino por culpa de una leyenda urbana.

Sí, como leen, una leyenda urbana que desató una psicosis sin igual en la historia de Maracaibo, mi caluroso lugar de nacimiento.

En Maracaibo una ciudad en donde la sensación térmica a diario puede rondar los 38 grados y por muy increíble que parezca apareció un pingüino en las riberas de su lago, ¿por qué no podría estar asediada por vampiros inmunes al violento sol maracucho?

Los vampiros de Maracaibo existieron creados por la mente de alguien que no imaginó la trascendencia de su relato, contado quizás en una noche de cervezas entre amigos. Un tweet verbal  de la época analógica con una fake news adjunta que nadie desmintió.

Durante algunas semanas a finales de los 70, las calles de Maracaibo se vaciaron de niños. Ningún menor fue a la escuela sin compañía paterna. No se les mandaba a hacer recados, no se les veía jugar afuera de sus casas.

En aquel tiempo se jugaba mucho en la calle. Maracaibo tenía contadísimos parques, ya que se urbanizó con una marcada influencia estadounidense: fue diseñada para automóviles. Avenidas muy anchas con aceras estrechas y distancias muy largas para ser recorridas a "pie y a pata como la garrapata" como bien dicen sus habitantes.

Yo vivía en una urbanización en las afueras de la ciudad que le hacía honor a su nombre: urbanización La Paz. Los vecinos acostumbrados a ver a la muchachada jugar en las avenidas conducían sus coches muy despacio. Con frecuencia tenían que detenerse para esperar que abriéramos el paso. En ocasiones estábamos en la cumbre del juego y tardábamos en hacerlo. Con la demora nos ganábamos un bocinazo acompañado de un buen regaño de algún conductor impaciente o con prisas, al cual al unísono con actitud rebelde y amenazante le gritábamos: “¿quéé?, la calle es liiibre”.

Pero, un día la alegría de esa libertad se acabó. Llegarían a Maracaibo los temidos vampiros, una banda delictiva organizada que pusieron en jaque el sosiego de los padres maracuchos. Ni los altos índices de delincuencia actuales causarían tanta conmoción como aquellos vampiros.

Los vampiros fueron una banda de delincuentes que según la leyenda urbana les sacaban la sangre a los niños hasta matarlos, dejando los cadáveres pálidos tirados en la calle con una paca de billetes de a 100 bolívares enrollados en la boca.

Así aparecían menores muertos en la imaginación de los maracuchos. Nadie vio un cadáver, pero ahí estaban regados por la ciudad, obligando a confinar a la infancia por voluntad de los papás, ante la indolencia del alcalde que nunca mandó a atrapar a los vampiros a pesar de las quejas y el temor de la población.

Yo recuerdo estar en el jardín de mi casa con los portones cerrados con candados, mirando con deseo la desolada calle bajo la firme prohibición de salir. Cuando pedía hacerlo mis padres me decían “no se puede, por ahí andan los vampiros”.

¿Cómo sacaban la sangre aquellos sanguinarios malandros en plena calle? ¿Por qué sólo a los niños? ¿Qué hacían con la sangre? ¿Cuál era la razón para recompensarte con billetes en la boca? Claro está que no era por dinero, de eso estaban boyantes.

Preguntas no respondidas desvanecidas con el tiempo. La leyenda de los vampiros estuvo en vigencia varias semanas, no recuerdo con exactitud por cuánto se extendió aquel absurdo confinamiento infantil. 

¿Morirían los vampiros? ¿Perderían la inmunidad al sol marabino capaz de partir piedras? Nadie queda exento por mucha magia que tenga de la fuerza del astro rey a las dos de la tarde en la llamada tierra del sol amada.

Unos años más tarde, durante mi adolescencia surgió otra leyenda urbana de la agudeza imaginativa de algún marabino que hizo estragos en los comerciantes que apostaron por la modernidad: el sádico del Costa Verde. Un hombre cruel que les arrancaba los pezones a las mujeres con un alicate en el estacionamiento del primer centro comercial de la ciudad, el C.C. Costa Verde.

Dale pa'l estacionamiento que por aquí no hay puestos.

¡Guillo, chama!, yo ni de verguita estaciono  ahí. 


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