Pantaletas analógicas

by - febrero 25, 2021


De joven me gustaba vestirme al estilo hippie chic. Recuerdo como si fuera ayer una tarde de domingo en la cual conseguí a precio de ganga en un mercadillo, un vestido hindú del cual me enamoré enseguida. Era de una tela suave y fina estampada con figuras coloridas que en aquella época llamábamos bacterias. Me quedaba genial y definía “mi individualidad y mi fe en la libertad personal”, como decía Nicolas Cage de su chaqueta de cuero de serpiente en la película Wild at Heart.

Debido a mis serios problemas vocacionales (empecé estudiando veterinaria, pero ese es otro cuento), yo era maestra de infantil y trabajaba en un colegio privado en el que fui feliz. Los alumnos y las familias me apreciaban mucho y me invitaban a los cumpleaños de los niños. A decir verdad, era una vida social un tanto incómoda para una joven de veintidós años soltera y sin hijos, porque en las celebraciones tenía que lidiar con familias que me pedían consejos sobre crianza y deberes escolares con Volveré de Wilfrido Vargas sonando de fondo a todo volumen.  

En una oportunidad me invitaron a una pomposa fiesta infantil en un prestigioso parque de bolas de la ciudad y decidí estrenar el vestido de bacterias para la ocasión. Mi llegada fue todo un acontecimiento: “¡Llegó la maestra!”, anunció el papá con la alegría en el cuerpo que dan unos whiskies de más. Me presentó al resto de los asistentes, los niños corrieron a abrazarme y a enseñarme sus hazañas en las camas elásticas.

Después empezó una sesión de fotos como en la gala de los premios Óscar. La maestra con la abuela, con la tía, con los muchachitos al lado del tobogán, abrazando a la mamá, con la piñata, con el cumpleañero y el hombre disfrazado de Mickey Mouse, flash pa’ca, flash pa’ allá…

En el resto de la noche y para paliar el aburrimiento me dediqué a comer tequeños con frescolita. Evité el alcohol a pesar de los ofrecimientos recordando una fiesta de fin de año en una empresa en la que había trabajado y de como con unas cuantas cervezas encima, terminé desatada bailando de cualquier manera con los músicos muy sueltos de cadera de una agrupación de música tambor de Chuao que habían llevado para amenizar la reunión. Es mejor prevenir que lamentar una resaca moral en el entorno laboral.

A la semana siguiente el niño me llevó las fotos del cumpleaños al colegio. Era el tiempo de la fotografía analógica, los que vivimos esa época sabemos que el revelado de las fotos siempre traía alguna sorpresa: cabezas cortadas, ojos cerrados como de poseídos por espíritus, risas que parecían muecas... Lo raro era salir bien, no se podía repetir foto y así sin remedio uno quedaba medio choreto guardado en el álbum familiar para siempre.

En las fotos de dicho cumpleaños esa sorpresa sería grande: yo salía en pantaletas (bragas) en todas las fotos, ¡EN TODAS! El Flash profesional del fotógrafo contratado transparentó por completo el vestido y ahí estaba yo, la maestra de 3º de infantil en pantaletas blancas inmortalizada para la posteridad en una en sesión de fotografía boudoir rodeada de globos, niños, abuelas sonrientes, serpentinas y confeti. Menos mal que también estrenaba pantaletas. Mi mamá siempre dice que uno puede ser pobre, pero tiene que llevar buenas pantaletas, sin huecos ni remiendos por aquello de la dignidad. Pobre, pero con pantaletas dignas de fotos.

Por eso les digo que tiren a la basura ese interior (calzoncillo) viejo sin elástica o esa pantaleta desgastada que guardan en la esquinita de la gaveta y que los salva cuando se les olvida poner la lavadora.

Hagan de ese consejo un lema y anden siempre con su ropa interior bonita porque uno nunca sabe para bien o para mal cuando va a enseñar un *picón.

*Picón: Parte intima de nuestro cuerpo que mostramos o dejamos al descubierto de forma involuntaria, siendo objeto de las miradas.  Así lo explican en jergozo.com. 



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